Contagio
Por Marianna Lopes
El mundo ya no era familiar y antiguo.
Cuentan que allá hacia los años 2020, el mundo, el universo, las teorías conspiratorias, los gobiernos, el G20, el patriarcado, el capital o algo por el estilo, tuvieron ganas de que por la Tierra se difundiera unas noticias sobre un virus raro.
Que si bien pertenecía a la gama de la gripe, fuera algo desconocido.
Siendo el mismo un germen extranjero, – aunque todo lo que no es una misma es algo bárbaro; en aquellos tiempos, los pueblos seguían siendo hostiles a la sustancia de lo exótico – el tal bacilo no conocía fronteras.
En aquella época yo ya vivía. Había cruzado el océano y por casualidad me encontraba en un lugar raro. Es una larga historia explicar cómo, sobrevolando el mundo, terminé colocada en una isla del Atlántico.
El caso es que era el mundo como el reverso de ahora. Nos complacía estar entre muchedumbres con un aparato rectangular entre las manos. Servía para conectarnos con las personas que no estaban y para compartir lo que hacíamos con desconocidos. Era una conducta muy curiosa: el placer de compartir con humanos ajenos.
Los seres de la Tierra habían alcanzado tal seguridad en el contacto físico con sus semejantes que ansiaban una alienígena fricción con las gentes que no conocían bien.
Pero claro, ese desplazamiento veloz de roce exigía una especie de entidad o espíritu difuso, jugoso. Lo llamábamos virtualidad.
Así que había una fricción virtual de todo.
Cuando llegó el tal germen CORONANDO a la humanidad, parecía mentira que al fin se hiciera realidad la quimera de la virtualidad total.
Empezó con las personas aislándose completamente en sus hogares.
Al cabo de 21 días, hasta la necesidad de comer se iba reduciendo.
La economía vigente era la de los sentidos.
El sentimiento de la belleza era lo que nos nutría. Todo se intercambiaba por imágenes que no se podían tocar. Había tiempo para todo. Existía margen para trabajar las imágenes. Se las trataba para que tuviesen coherencia antes de enlazarlas en líneas azules que disparaban el instruido contenido deseado.
Había realmente refinamiento.
El aderezo de los grabados virtuales era educadamente pulimentado.
Pese a todas esas nuevas posibilidades, se añoraba el remate físico de los cuerpos, la cercanía tangible y su presencia mecánica. Estos contactos y la termodinámica de los cuerpos a los que estábamos acostumbradas desde el inicio de la especie.
El aislamiento social provocó que cada cual se asistiera en cuanto a cuerpo. Las mujeres se revisitaban. Los varones habitaban sus sentidos, experimentándose sin oprimir.
Hasta que la soledad enseñó a que viviésemos sin interlocución corporal cotidiana con los otros.
Se esparcía un miedo alegre, el de esperar algo mejor.
Al cabo de dos años – período en el que se habitó el planeta bajo el asombro de la paralización del contacto en grupo – un nuevo sistema nos amaneció a todas.
Parecía por fin que el establishment era ese, caminar siempre a 2 metros de distancia y con demasiada transparencia en los sentires.
Al principio parecía contagioso ser así.
Después se vio: era la vida social en su cauce como un río.
Era un 15 de marzo, no se me olvida.
Cuento legendario de la Isla Reunión Mundial.