Haría: del frondoso palmeral al volcánico malpaís

 En Ínsula, Noticias

Texto y fotografías: Turismo Lanzarote

La bajada hacia Haría nos deja con la boca abierta. La calmada precaución con la que nos obliga a bajar la carretera de Malpaso invita a descubrir placenteramente el Valle de las Mil Palmeras.

Los ejemplares autóctonos de Phoenix canariensis, que se cultivan en países europeos y americanos por su elegancia, enmarcan un pueblo caracterizado por su respeto a la tradición y su entorno rural.

Higueras y tuneras se alternan con estos esbeltos árboles que el viento apenas despeina en un lugar que parece vivir una eterna primavera. Es sábado por la mañana y mientras el sol se cuela entre las hojas, oímos el bullicio de la plaza León y Castillo. Estamos en el centro del pueblo y nos movemos zigzagueando entre los puestos del mercadillo tradicional.

Se deleitan las miradas con las obras realizadas por las manos de los artesanos y artesanas. Desciframos el entramado de hilos de la roseta, modalidad de encaje típica de Canarias, y nos probamos pendientes relucientes de olivina mientras llenamos las bolsas de frutas y verduras ecológicas.

Haría es símbolo de sostenibilidad y de cuidado por el medio ambiente. Estas imponentes razones llevaron al artista César Manrique no sólo a crear tres de sus centros turísticos, el Mirador del Río, los Jameos del Agua y la Cueva de los Verdes, sino también a convertirlo en su casa, transformando en 1986 una vivienda de labranza en ruinas en su nuevo hogar hasta su muerte seis años después.

En 2013, este espacio se abrió al público como un singular museo donde el visitante puede curiosear el entorno personal y el taller en el que el genio conejero trabajó durante su última época.

Seguimos pateando para alcanzar la Ermita de las Nieves, como cada 5 de agosto hacen cientos de peregrinos en las fiestas de la patrona histórica de Lanzarote. Disfrutamos del paisaje que rodea el antiguo Camino Real que unía Haría y la que fuera capital de la Isla, Teguise.

La bruma nos envuelve en esta cómoda caminata que desemboca en lo más alto del Risco, donde esta construcción (que el arquitecto lanzaroteño Enrique Spínola construyó en 1966 tras demoler los restos de un antiguo templo mudéjar) se sitúa en uno de los miradores naturales más imponentes, desde donde se divisan tres tesoros: la Playa de Famara, El Jable y el Archipiélago Chinijo.

Esta visión nos despierta el hambre de océano, así que nuestro rumbo vira hacia dos pueblos costeros unidos que no nos podemos perder. Empezamos por Arrieta, donde su muelle y la playa de La Garita se llenan de lugareños cada fin de semana.

Los niños recorren la pasarela y saltan al agua acompañados por esas carcajadas que sólo resuenan en la feliz infancia. Comemos pescado fresco, papas con mojo y queso frito con mermelada de higo mientras observamos embelesados la eterna lucha entre surfistas y olas.

Con ese regusto a mar en nuestros paladares, nos marchamos no sin antes acercarnos al conocido como Chalet de Arrieta, La Casa China o La Juanita, una vivienda anómala por su llamativo color rojo y su estilo oriental, tan alejados de la arquitectura tradicional lanzaroteña, y cuya triste historia enternece.

Mandada a construir por el hariano Juan de León Perdomo para salvar sin éxito a su hija enferma de tuberculosis, su semblante encarnado es un símbolo del pueblo.

En apenas 30 minutos a pie nos hallamos en Punta Mujeres. La tranquilidad y la calma de este enclave costero no pasan desapercibidas ni para los lanzaroteños ni para los turistas, que disfrutan de su esencia pesquera y su tradicional arquitectura.

El plus de calidad lo aportan sus cómodas piscinas naturales acondicionadas con muros y escaleras, perfectas para las familias con niños y para quienes deseen darse un chapuzón en el océano dejando de lado las a veces peligrosas corrientes del mar abierto.

Dentro de la rica paleta cromática de Haría, ahora cambiamos el azul por el negro. Nos adentramos en el Monumento Natural de La Corona, rodeado por el volcánico malpaís, una amplia extensión de unas 1.500 hectáreas de lava (piroclastos y lapillis, para ser más exactos) adornada por plantas autóctonas como las tabaibas, las aulagas y los veroles.

Un espacio único por donde compiten los corredores de la dura prueba deportiva Haría Extreme y donde también los tercos y sacrificados agricultores lanzaroteños lograron crear zonas de cultivo para la viña, las tuneras y los árboles frutales. Al oscuro malpaís le hace frente el antagónico blanco de la arena de Caletón Blanco, un remanso de paz oceánica lindante con Órzola, un pueblo marinero desde cuyo puerto podemos partir rumbo a La Graciosa.

Precisamente, para deleitarnos con esta encantadora isla, que junto con los islotes de Montaña Clara y Alegranza y los roques del Este y del Oeste conforman el Archipiélago Chinijo, nos dirigimos al Mirador del Río, otra joya manriqueña donde disfrutar del último café del día mientras nos dejamos acariciar por otro nuevo color, el rojizo del atardecer que nos recuerda que la luz de Lanzarote es única. Desde la atalaya, dan ganas de volar y aterrizar dulcemente en tierras gracioseras.

Entradas Recientes

Deja un Comentario

Empiece a escribir y presione enter para buscar

X

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar