Tinajo, una incursión en el sobrecogedor mundo de lava
Texto y fotografías: Turismo Lanzarote
De los volcanes surge el alma férrea y hermosa de Lanzarote y no existe mejor municipio para empaparse de esta esencia que Tinajo. Nos dejamos hechizar por Timanfaya, caminamos por el Volcán del Cuervo, nos asomamos al enorme cráter de Caldera Blanca y no nos olvidamos de refrescarnos en el pueblo costero de La Santa.
Nos quedamos embobados con los hermosos colores del atardecer de Lanzarote, con esa luz tan única de la que nunca nos cansamos, y nos damos cuenta de que hay dos planazos que nos apetecen muchísimo y a los que no pensamos renunciar. El primero es disfrutar de un buen baño en el frío Atlántico en pleno diciembre a 25 grados de temperatura. El segundo, y no por ello menos importante, es sumergirnos en el sobrecogedor paisaje de los volcanes. Nos dirigimos a un municipio que nos regala ambas experiencias: Tinajo.
Llegamos con mono de salitre, de sol, de espuma. Cogemos la tabla y nos dirigimos a la costa, concretamente a La Santa, lugar de culto para los surferos donde se celebra desde hace años el Quemao Class, una competición de alcance internacional. Este pueblo de pescadores que nos regala su tradicional encanto ha sabido adaptarse a la impetuosa juventud de los amantes de las olas.
De esta localidad marinera nos llevamos un exquisito olor a vieja y dorada, pescados típicos de la Isla que se sirven frescos en sus restaurantes, y a las gambas de La Santa, cada vez más conocidas y apreciadas. Además, nuestra cámara se ha llenado de instantáneas en las que se entremezclan la autenticidad del embarcadero y el salvaje baile entre los humanos y el océano.
Pero debemos abandonar La Santa. El alma del volcán nos llama. Nos atraen como imanes los tonos rojizos y negros que todo lo cubren. Lo que fue destrucción durante seis largos años (aunque parezca una pesadilla increíble, las erupciones comenzaron en septiembre de 1730 y se extendieron hasta abril de 1736, para retomarse 90 años después), se convirtió con la calma del tiempo en uno de los paisajes más extraordinarios tanto estética como geológicamente hablando.
Se nos abre la boca de admiración cuando vamos llegando al Parque Nacional de Timanfaya. Su travieso diablo simboliza lo que en el pasado fue un infierno y ahora es un milagro. Nos dejamos hechizar por las Montañas del Fuego y conducimos hasta llegar a uno de los enclaves turísticos con más éxito, la Ruta de los Volcanes, surgida de la siempre ingeniosa mente de César Manrique.
Nos montamos en la guagua y pegamos como niños el rostro al cristal, alucinados por el torno rojizo de los lapillis, por las valientes y vistosas tabaibas verdes que se abren paso, por el contraste entre el encarnado volcán, el azul del cielo y las sombras que proyectan las blancas nubes. Recorremos con parsimoniosa lentitud el camino, hechizados por la poética narración que hace tres siglos realizó el párroco de Yaiza, Andrés Lorenzo, sobre lo ocurrido: tierras que se abren, montañas que emanan escupiendo fuego, lava que se expande como la miel. Parece increíble que ese apocalíptico movimiento terrenal se acabara convirtiendo en un espacio en el que ahora reina la paz, el silencio y la belleza más absolutos.
Nos negamos a abandonar este paisaje galáctico, así que decidimos comer en el restaurante El Diablo, en pleno Parque Natural Mientras degustamos una brocheta de cochino y pollo cocinada en un horno natural, que se nutre del calor de la tierra que se encuentra bajo nuestros pies, leemos que Timanfaya no sólo es belleza: también es ciencia, pues acoge varios proyectos de investigación nacionales que analizan sus aspectos sísmicos, volcánicos y geofísicos.
Llevamos demasiado tiempo sentados así que… ¡nos toca caminar! Nos calzamos nuestras cómodas playeras, nos ajustamos la gorra y nos embadurnamos de crema solar para conocer el primer volcán que surgió de la primera erupción: el Volcán del Cuervo, que nos ofrece un cómodo paseo del que pueden disfrutar grandes y pequeños. Un agradable sendero por el que caminaremos sobre rofe y cenizas volcánicas, y disfrutaremos del contraste entre el malpaís, la roca negra y el verde liquen.
Respiramos profundamente para que la naturaleza nos atraviese las entrañas y nos llene el alma,que está a punto de romperse ante tanta belleza. Un silencio nos embarga y nos emociona saber que ese lugar tan indómito fue escenario del Festival Audiovisual de Lanzarote, ideado por el polifacético artista Ildefonso Aguilar, que convenció hace dos décadas a Brian Eno para que pusiera banda sonora al volcán.
Nos despedimos a regañadientes de estas tierras volcánicas, pero no las abandonamos del todo. Queremos conocer la Ermita de Mancha Blanca, el hogar de Nuestra Señora de Los Dolores, patrona de la isla a quien la tradición le atribuye el milagro de haber detenido el manto de fuego que amenazaba con destrozar Mancha Blanca y Tinajo. Cada 15 de septiembre, miles de lanzaroteños y canarios venidos del resto del Archipiélago marchan en romería con los trajes típicos, el timple sonando, las promesas cumplidas y las verduras y frutas frescas listas para la ofrenda, pues nos encontramos en un municipio donde la agricultura ocupa un importante lugar.
El atardecer comienza a enrojecer el cielo y no pensamos irnos de Tinajo sin gozar por última vez de la huella que dejaron de los volcanes. En este caso, del cráter de Caldera Blanca, con más de un kilómetro de diámetro. Nos quedamos mudos al alcanzar la cima. Nos sentimos pequeños ante tanta grandeza. La naturaleza de Lanzarote, de nuevo, nos deja sin palabras.
Así que, simplemente, nos entregamos al silencio y nos dejamos llevar.