De Famara a Indianápolis: La botella que unió a Guillermo Cabrera con EEUU
El océano Atlántico es conocido por su inmensidad, por separar continentes y unir culturas a través de rutas comerciales y exploraciones. Y más con Canarias, puerta de entrada y salida de los tesoros e ingenios que llegaban y aterrizaban desde el nuevo continente. Sin embargo, en 1971, este mismo mar, indómito a veces, actuó como un puente inesperado entre dos vidas que, de otra manera, jamás se hubieran encontrado.
Guillermo Cabrera Hernández, un caminante habitual de la playa de Famara y vecino del pueblo de La Caleta, y Norman Berg Jones, un ingeniero retirado de Shelbyville, en el estado de Indianápolis en Estados Unidos conectaron sus vidas de la manera más inesperada.
El hallazgo
Guillermo Cabrera Hernández, como cada verano, paseaba por la playa de Famara, un rincón de Lanzarote conocido por su belleza agreste y su sensación de aislamiento. Durante una de sus caminatas, algo inusual atrapó su atención. Era una simple botella de la que aún no sabía que para llegar a la orilla había navegado durante 69 días y recorrido más de 500 millas desde su punto de origen, 300 millas al oeste de Gibraltar.
Sin embargo, lo que inicialmente atrajo a Guillermo no fue su contenido, sino la botella en sí. Le pareció un objeto curioso y estéticamente atractivo, lo suficiente como para llevarla a casa. Ya luego, al inspeccionarla más de cerca junto a su familia, descubrieron una nota en su interior. En ese momento, se debatieron entre romper la botella para extraer el papel o buscar una forma menos invasiva de recuperarlo. Finalmente, lograron sacar la nota intacta.
La carta estaba escrita en inglés, un idioma desconocido para Guillermo. Aquí entró en escena don Alfonso Tolosa, un vecino de Teguise que había llegado a Lanzarote tras una carrera en el circo y que se había casado con una mujer local. Don Alfonso, conocido por su manejo del idioma, tradujo la nota y ayudó a Guillermo a comprender su contenido.
El viaje de la botella
La nota dentro de la botella reveló que había sido lanzada al Atlántico el 20 de febrero de 1971 por Norman Berg Jones, quien estaba de regreso a Estados Unidos tras un viaje por puertos del Mediterráneo. En su mensaje, Jones pedía a quien encontrara la botella que notificara al periódico local de su ciudad, “The News” de Shelbyville, y proporcionó su dirección postal completa.
El mensaje indicaba también que el experimento no tenía garantía de éxito. Jones pensó que la botella podría tardar años en ser encontrada, si es que alguien la encontraba alguna vez. Sin embargo, las corrientes oceánicas la guiaron hasta las costas de Lanzarote en poco más de dos meses.
Intercambio epistolar
Motivado por la curiosidad y el deseo de corresponder, Guillermo escribió una carta en respuesta al mensaje de Jones, ayudado una vez más por don Alfonso. Así comenzó un intercambio epistolar entre dos hombres que, a pesar de las diferencias culturales y la distancia geográfica, compartían un espíritu de curiosidad y humanidad.
Jones respondió con entusiasmo, enviando más detalles sobre su vida en Shelbyville, Indiana. Incluso incluyó una fotografía de su casa, una típica vivienda estadounidense de la época, rodeada de un cuidado jardín y con un coche aparcado en el camino de entrada. La imagen del hogar de los Jones ofrece una ventana a su vida cotidiana, mostrando el contraste entre los paisajes desérticos de Lanzarote y la suburbia estadounidense. Esta imagen, junto con las cartas, sirvió como un vínculo tangible entre dos mundos aparentemente lejanos.
El intercambio de cartas continuó durante varios años. En una ocasión, los Jones visitaron Canarias durante un viaje a Tenerife y aprovecharon para viajar a Lanzarote. Guillermo y su familia los recibieron con hospitalidad y les mostraron los rincones más emblemáticos de la isla, incluyendo una comida en el restaurante Los Helechos, con vistas a los paisajes volcánicos.
Los sobres de las cartas enviadas entre Lanzarote e Indiana, con sus franjas tricolores y sellos de avión, son un testimonio físico de esta amistad transoceánica. Cada carta representaba semanas de espera y anticipación, un ritmo de comunicación que hoy resulta casi inimaginable.
La relación entre las familias Jones y Cabrera no se limitó a una generación. La hija de Guillermo recuerda haberse carteado durante un tiempo con la nieta de Norman, reflejando cómo un simple hallazgo pudo trascender las barreras del tiempo y unir a dos familias de forma inesperada. Aunque con el paso de los años la correspondencia se perdió, los recuerdos de esa conexión permanecen vivos, al menos, en la historia familiar de este lado del charco.
Esta historia trasciende la anécdota de una botella abandonada al capricho del océano; es un testimonio de cómo los gestos más humildes pueden tejer hilos de destino que desafían la vastedad del mundo. La unión entre Guillermo Cabrera y Norman Berg Jones no solo atravesó las aguas del Atlántico, sino que rompió las barreras invisibles del tiempo, la cultura y la generación, iluminando la verdad esencial de la humanidad: nuestra capacidad innata de encontrar conexión en lo más inesperado.
La pasión de Guillermo por la carpintería y el timple
Guillermo Cabrera Hernández no solo es recordado por su hallazgo de la botella, sino también por su dedicación a la carpintería y su labor como creador de timples, el instrumento tradicional canario. Aunque su vida profesional no estuvo vinculada a la madera, Guillermo mostró desde joven un interés por la carpintería, aunque fue apartado de ese oficio por razones económicas.
En su hogar siempre se rodeó de herramientas como serruchos y martillos, y durante toda su vida encontró tiempo para crear piezas únicas. Desde sillas para sus hijas hasta puertas y barcos en miniatura, Guillermo demostró un talento innato que eventualmente derivó en la fabricación de timples.
Lo más destacado de su travesía como lutier fue que aprendió de manera autodidacta. Sin recibir formación formal, Guillermo y su hermano comenzaron a fabricar timples por su cuenta, perfeccionando sus técnicas con el tiempo. Sus instrumentos, que llevaban la etiqueta “Guillermo Cabrera Hernández”, eran reconocidos por su excelente sonido y construcción.
Además de timples, también construyó otros instrumentos como bandurrias y contrabajos. Guillermo encontraba inspiración en la madera que recolectaba durante sus caminatas por Famara, lo que añade una capa adicional de conexión entre su pasión por la carpintería y el hallazgo de la botella. Aunque nunca aprendió a tocar el timple, sus creaciones dejaron una huella significativa en la tradición musical de Lanzarote.