El Almacén: “Objetos preciosos y objetivos precisos”

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Almacén 1974 es una exposición que recorre el primer año de vida del Centro Polidimensional El Almacén, una “aventura revolucionaria” de cuatro soñadores comandados por César Manrique, un oasis cultural donde hace 45 años se empezó a crear vanguardia con pasión, naturalidad, frescura y la puerta siempre abierta.

Por M.J. Tabar

Arrecife, 1974. Se despachan flores y habichuelas en La Recova, que todavía es un mercado de abastos a pleno rendimiento. La tasa de analfabetismo en Lanzarote es una de las más altas de España. El NODO define la capital de la isla como “el punto de España donde se han dado cita las guapas de España”, refiriéndose al certamen Miss España que se celebra en agosto. Se asfaltan las primeras carreteras para que los turistas accedan a la playa con comodidad. El cantante británico David Courtney se queda fascinado con Timanfaya y decide que sea la foto de portada de su primer disco. La dictadura franquista persiste. El mundo sufre su primera crisis del petróleo.

Arrecife, una ciudad “en la periferia de la periferia” se convirtió a partir del 23 de febrero de 1974 en la sede de un laboratorio para la vanguardia artística llamado El Almacén. Una cosa “peregrina”, una “ocurrencia” inaudita y “sin precedentes” similares en Canarias, protagonizada por un grupo de irreductibles ‘locos’ formado por César Manrique, Pepe Dámaso, Luis Ibáñez y Yayo Fontes.

“Entramos desesperados, como si una fuerza extraña nos llamara desde aquel espacio desconocido. El aspecto en ruina de la fachada, su estilo arquitectónico popular, el lugar donde estaba, todo ello nos fascinaba y nos obligaba, imperiosamente, a entrar”, dejó escrito Pepe Dámaso. Fue precisamente en casa de este artista donde se encontró una rolliza carpeta con recortes de prensa y recuerdos gráficos del primer año de vida de El Almacén, que llegó a programar la friolera de 230 actividades. La contribución de Dámaso ha sido imprescindible para que hoy podamos visitar Almacén 1974, una muestra que nos zambulle en la esencia y los primeros pasos de un espacio muy osado.

“La actividad era casi diaria, muy improvisada, era un funcionamiento natural, flexible y fresco”, explica Pepe Betancort, comisario de la exposición y técnico del área de Cultura del Cabildo de Lanzarote. “¿Que venía Alfredo Kraus a pasar unos días? Hablaban con él para organizar una charla de canto coral por la noche. ¿Que pasaba un escritor por aquí? Lo sentaban y quedaba enganchado a la programación, que se anunciaba en la misma pizarra del bar”, añade. Así funcionaba.

En la muestra vemos recortes de prensa, el borrador de la invitación de la inauguración (que se produjo a unas exactas “siete y veinte de la tarde”), programas de las proyecciones audiovisuales de Ildefonso Aguilar, la presentación del libro Lanzarote, arquitectura inédita, un cartel que anuncia obras de teatro durante Semana Santa, una de las primeras perfomances programadas en Canarias, reseñas de prensa que subrayan las “importantes relaciones internacionales” y los intercambios culturales que generaba El Almacén, el cartel de la exposición de Óscar Domínguez en la galería El Aljibe, los platos del bar Pablo Picasso que debieron de estar vestidos con pejines asados, tortillas de papas, potajes y viejas, textos de Fernando Higueras, fotos de la floristería El Alhelí y una bellísima creación que César Manrique realizó para los baños de El Almacén en acrílico sobre chapa y que muchos desean ver colocados de nuevo en el espacio para el que fue concebida. Esta última obra se encontró en 2008 durante un inventario, “en un almacén del propio Almacén”. Se restaurará y se colocará de nuevo.

La compra del caserón, dos viviendas unidas de finales del siglo XIX que fueron sede de la Escuela de Artes y Oficios de Arrecife (hoy Escuela de Arte Pancho Lasso) y la puesta en marcha del espacio costó 2 millones de pesetas. Poquita cosa para hoy, un mundo para la época. Tuvieron que pedir un crédito para afrontar aquella “revolucionaria aventura”.

“Llévatelo y si te gusta, vienes y lo pagas”

Todos los que visitaron la librería Agustín Espinosa (actual Sala Micro) de El Almacén recordarán su extraordinaria colección de libros de cine, arte y fotografía, y sus cómics, algo imposible de conseguir en la isla. Pero si algo persiste en la memoria es el comportamiento divulgativo, generoso y nada comercial de César Manrique: “Si César te veía dos días seguidos hojeando el mismo libro, te decía: ‘Llévatelo y si te gusta, vienes y lo pagas”.

Al calor de aquel Almacén nacieron unas fiestas de Carnaval explosivas, con unos disfraces “transgresores” que se confeccionaban con humor, atrevimiento y sentido estético para vestir a gente que bailaba una banda sonora inaudita en la isla. Pedro Almodóvar, Eusebio Poncela y Marisa Paredes conocieron aquellos guateques carnavaleros y quedaron “asustados” para bien. También nació, en los años 80 y “al calor de El Almacén”, cuenta el comisario de la exposición, una movida lanzaroteña que discurrió paralela a la madrileña. Fue la generación de Pedro Paz, Paco Delgado, Besos y Rasguños -la primera banda de punk-rock femenino del archipiélago y la segunda de España, después de Las Vulpes-, Papita Rala y un largo etcétera de personas que evidenciaban “una forma de ser y de compartir muy distinta a la convencional”, un modus operandi creativo fascinante, que estaba en las antípodas del aburrimiento y la estrechez de miras.

Los adolescentes lanzaroteños que acabaron el instituto y marcharon a estudiar a La Laguna lo contaban y no les creían. ¿Modernos en Lanzarote? No podía ser.

Almacén 1974 no es una exposición más. Es, en palabras de su comisario Pepe Betancort, un proyecto “que busca dar valor a las circunstancias y al compromiso adquirido por César Manrique, Pepe Dámaso, Yayo Fontes y Luis Ibáñez para regalar a Lanzarote un centro abierto a la experimentación y a la cultura contemporánea”. Una hazaña que “posicionó a Lanzarote en la geografía del arte contemporáneo”. Una escuela para muchos. “Una ventana que nos ha permitido asomarnos para saber lo que ocurría fuera y que posibilitó que otros vinieran a ver lo que hacíamos aquí”.

Lo dejaron escrito sus creadores en una suerte de manifiesto y de declaración de intenciones: “Danza, música, pintura, escultura, foto, cine y teatro; comida, bebida, ropas y flores; libros y muebles, objetos preciosos y objetivos precisos componen la maquinaria simple, directa y escueta de El Almacén”, un lugar pensado para la convivencia “del arte consagrado con la expresión natural y el saber popular”.

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