Sandra March: “Sobre todo busco provocar una emoción, hacer reflexionar o hacer reír”
A comienzos de octubre, El Almacén inauguró a exposición ‘Que nos zurzan’ de la artista Sandra March. La relación de Sandra con Lanzarote surgió “como se descubren las cosas maravillosas de la vida, por casualidad”. Hace 20 años se acercó a la isla de vacaciones. Desde entonces no ha dejado de volver. “Procuro venir como mínimo una vez al año y muchas veces me he planteado quedarme a vivir”, explica. Su exhibición puede ser visitada en Arrecife hasta el próximo 11 de enero.
Cualquiera que pasee por las instalaciones de ‘Que nos zurzan’ se dará cuenta de que no estamos ante una exposición al uso, ¿qué es que nos zurzan?
Es una exposición en la que se presenta un proyecto multidisciplinar. En general, trabajo con diferentes medios para abordar una temática desde varios puntos de vista y ofrecer una imagen caleidoscópica. Eso me permite llegar al público desde distintos ángulos. Sobre todo busco provocar una emoción, hacer reflexionar, o hacer reír, aunque en esta exposición no haya mucho humor. El objetivo es hacer llegar un mensaje mediante diferentes aproximaciones. Hay quienes somos más cerebrales, otros más visuales, textuales, sensibles, táctiles, etc. Trato de interpelar al mayor número de personas.
La exposición recoge piezas inspiradas en textos de personas anónimas que hablan de sus heridas, de sus cicatrices y cómo se las hicieron, ¿Cómo surgió la idea?
El proyecto nació del descubrimiento del Kintsugi y de una pequeña anécdota de Marilyn Monroe.
El Kintsugi es una técnica de origen japonés que consiste en arreglar las fracturas de la cerámica con barniz de resina mezclado con polvo de oro. Parte de una filosofía donde las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto, lo embellecen, por lo que deben mostrarse en lugar de ocultarse poniendo de manifiesto su transformación e historia. No sólo no hay ningún intento de ocultar el daño, sino que la reparación literalmente lo “ilumina”, y el resultado es que la cerámica no sólo queda reparada sino que es aún más fuerte que la original.
A la vez que conocí el Kintsugi, cayó en mis manos un libro sobre la última sesión de fotos de Marilyn Monroe (STERN, B., Marilyn Monroe: la última sesión; Electa. 2007). El fotógrafo explica como Marilyn estaba preocupada por que se viera una cicatriz causada por una operación de vesícula. Este detalle me desconcertó enormemente, ¿cómo una de las personas consideradas más bellas podía sentir inseguridad por una pequeña cicatriz?
El tener conocimiento casi en paralelo de estos dos referentes me llevó a reflexionar sobre la aceptación de uno mismo, y a trabajar con el tema de las cicatrices.
¿Cuáles son estas heridas?
Las heridas son las de personas voluntarias con historias anónimas que pretendo convertir en universales.
¿Qué experiencia te dejó la interacción con estas personas?
La interacción fue a través de internet. Quienes quisieron participar, me enviaron una imagen y un pequeño relato de lo que les pasó. Me sorprendió descubrir que podemos dar tanta importancia a una cicatriz que proviene de una experiencia muy traumática, como a la que proviene de un torpe accidente. También fue emocionante ver que había muchas personas dispuestas a compartir parte de su intimidad de forma generosa y desinteresada. Hay historias muy emotivas, divertidas, tristes, etc. que se reflejan en cada uno y cada una de nosotros, que nos interpelan y que actúan como un espejo en el que reconocernos.
Murales, piezas de ropa, ilustraciones, pequeñas esculturas, piezas de joyería e instalaciones audiovisuales… Como artistas, ¿cómo decides que tipo de arte le venía bien a cada uno de estos testimonios? O mejor, ¿cómo eliges la forma en la que quieres dar vida a una idea?
La verdad es que no es una elección. Es como si cada cicatriz me “dijera” cómo quiere ser interpretada. Sé que suena raro. Es más un proceso de investigar que de inventar.
Lo que sí decidí es que quería representar esas cicatrices a través de piezas de ropa, de joya y músicas, señalar esos “zurcidos” mediante soportes que tienen un carácter popular y un evidente potencial estético.
Los vestidos son una “segunda piel” – su doble y su metáfora – que hablan de forma muy significativa de aquello que envuelven pero también lo enmascaran. Generalmente ocultamos nuestros defectos, nuestras cicatrices con la ropa, así que se trataba de darle la vuelta, y usar lo que nos ayuda a esconder, camuflar o negar, para mostrar y revelar.
Las joyas me permitían convertirlas en un trofeo del triunfo de la sanación de un cuerpo, pequeños objetos con que lucirlas, iluminarlas y ponerlas de relieve, haciéndoles un pequeño homenaje.
Por su parte, las músicas me permitían explorar la textura de la cicatriz. Me imaginaba que los surcos que producen podían escucharse como los de un disco de vinilo, que cada cicatriz tiene un sonido. Estas músicas van acompañadas de unas animaciones realizadas con la técnica del stop motion. En ellas se reproducen las cicatrices en tela, bordado, fieltro, etc. para aludir metafóricamente o bien al proceso de herida o de curación, mediante acciones típicas que se realizan en la costura: coser, cortar, rasgar, deshacer, etc.
También quise proponer un catálogo, como los de moda, pero donde sólo las piezas son fotografías, y las y los modelos, dibujos. De esta manera podía representar a personas de diferentes hechuras, edades, etnias y condiciones, y aludir a la idea de las muñecas de papel recortable en las que personas y objetos pueden intercambiarse, apuntando al carácter universal de la propuesta.
Además, el espacio del CIC El Almacén es muy orgánico. Los aljibes con sus techos de piedra, los suelos a diferentes alturas, las paredes tienen volúmenes caprichosos, es casi como un ser vivo. Me lo imaginé como un cuerpo con cicatrices en las paredes, unos altorelieves, porqué también los edificios, las calles y los objetos en general, tienen heridas. Es por eso que realicé los murales con masilla de cicatrices en algunas paredes de la sala de exposición.
En la presentación expresaste que siempre quieres revindicar el mostrar las cicatrices como una forma de recordar nuestro pasado, ¿cómo lo logramos?
Más que una forma de recordar el pasado, es aceptar lo que nos ha pasado, quienes y cómo somos. Las cicatrices nos recuerdan que hubo una herida que curó. Nos hacen recordar dónde estábamos, qué sucedió, con quién estábamos, a veces incluso que llevábamos puesto, qué tiempo hacía, qué hora del día era, etc. En muchas de las historias podemos ver que cuanto más traumáticas son, menos se relata, y cuanto más anecdóticas más literatura y cosas se explican. Muchas veces la cicatriz no es aparatosa ni fue un gran accidente, pero eso da igual. Le lleva a la persona a recordar muchos detalles, a veces personas ahora ya no presentes, sitios en los que estuvo, etc. En la exposición se habla de las cicatrices visibles, pero hay también las que no se ven, aludo a todas.
En una sociedad que parece que cada vez quiera cosificar más a las personas y los cuerpos, pienso que el promover una relación saludable con quien eres y cómo eres, es casi un acto de rebeldía que debemos practicar. En este sentido el proyecto “Que nos zuran” entronca con la instalación “I HEAR(t) YOU”, que podemos ver en la exposición, y con la que dialoga sobre los temas de la pérdida y la restauración.