Javier Ferrer, danzando el pensamiento

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Texto/Foto: Rafael Hernández

En una salita blanca del centro cultural El Almacén, en Arrecife, un cuerpo se mueve en silencio. Es mediodía, y Javier Ferrer —coreógrafo, bailarín, isleño de nacimiento y nómada del movimiento— está en mitad de una jornada de seis horas de exploración física y emocional. No hay música, ni guion, ni certezas. Solo un cuerpo que habita el espacio como si lo redescubriera cada día. Lo que allí sucede no es danza, o no solo. Es algo más difícil de definir: un laboratorio performático en tiempo real. Un lugar donde el gesto y el espectador, el cansancio y la emoción, lo cotidiano y lo invisible se funden en una experiencia abierta y radical. Se llama MóVéRé. Y tiene tres acentos.

No es un error tipográfico. MóVéRé, la nueva instalación performática de Ferrer, deliberadamente juega con la fonética, la grafía y la percepción. “Dependiendo de dónde pongas la entonación en una palabra, cambia el significado. Lo mismo ocurre con el cuerpo: según dónde pongas el acento en el movimiento, en la energía o en la mirada, lo que cuentas puede ser completamente distinto”, explica el artista. Esos tres acentos son una declaración de intenciones: una invitación a leer desde el cuerpo, a reformular lo que entendemos por presencia escénica, a descomponer la percepción del gesto para volver a componerla de forma única e irrepetible.

De Berlín a Lanzarote: el viaje inverso

Nacido en Lanzarote en 1984, Javier Ferrer Machín comenzó su formación en ballet clásico, aunque muy pronto la danza contemporánea le abrió otras puertas: las del riesgo, el juego, la introspección. Tras años en Madrid, en el Real Conservatorio Profesional de Danza, y luego en Tenerife, su carrera se consolidó con una larga estancia en Berlín, casi una década, ciudad que describe como una “meca del movimiento y la disidencia estética”.

Durante ocho años trabajó con compañías alemanas y desarrolló proyectos propios en la intersección entre danza, performance y pensamiento. Esa vivencia marcó su visión de lo coreográfico: para Ferrer, el cuerpo no solo se entrena o se exhibe, sino que piensa, interpela, negocia, duda. “La danza contemporánea que más me interesa no busca solo la forma, sino la fisicalidad de una emoción, de una situación, de una memoria. Es una conversación entre cuerpos. Y eso es algo profundamente político”.

Ese enfoque reaparece con fuerza en MóVéRé, que no es un espectáculo al uso, sino una instalación viva y cambiante, en la que Ferrer pasa semanas encerrado durante horas, bailando, conversando, escuchando, resistiendo. “No dejo de moverme. A veces estoy solo, otras veces entra alguien. Cada visitante modifica el espacio, el ritmo, el sentido. Puede observar, interactuar, proponer. Puede transformarme. Y eso me transforma a mí”.

La performance como laboratorio emocional

Para Ferrer, el arte es una práctica de responsabilidad. “Siento que tengo una deuda con la isla. Me he formado fuera, he vivido fuera, pero todo mi cuerpo es lanzaroteño. Volver y proponer esto aquí es un acto de amor y también de riesgo.” MóVéRé es la primera vez que lleva a cabo una propuesta de este calibre en Lanzarote: seis horas diarias de performance durante siete semanas. Una temporalidad prolongada que convierte el espacio en una suerte de celda luminosa y poética.

Lo que sucede dentro no puede reproducirse. No hay registro que lo capture del todo. En ocasiones, un visitante entra tímidamente, mira desde la ventanita del bar como si espiara una pecera. En otras, se produce un diálogo íntimo, casi terapéutico. “Una chica me propuso trabajar la sensación de haber parido, con todo lo que conlleva físicamente y emocionalmente. Otra me dijo de repente: ‘Identidad vibratoria’. Y tuve que improvisar desde ahí, sin referencias, solo con la intuición”.

Ferrer habla con pasión de estas interacciones. De cómo cada visitante se convierte en director, en coreógrafo espontáneo, en testigo y partícipe a la vez. De cómo lo cotidiano —un gesto de frustración, un recuerdo de la infancia, una incomodidad del cuerpo— se traduce en movimiento. Y de cómo, al repetir ciertos gestos en un espacio tan limitado, todo adquiere otra densidad: “Después de tres días aquí, la sala ya me ha dado todo. Entonces empiezo a buscar sombras, pequeños detalles. Todo me repercute. Hasta la mirada de alguien transforma mi lenguaje físico”.

Romper la cuarta pared

A Ferrer le fascina la cercanía. “Me encanta performar en espacios pequeños. Puedo cruzar la mirada con cada persona, romper esa barrera que impone el escenario. Yo estoy aquí, tú estás ahí, vamos a hablar de esto.” MóVéRé no busca complacer, sino implicar. No persigue la belleza, sino la verdad. Una verdad que a veces es incómoda, contradictoria, cruda. “La performance que me interesa no se puede fingir. Tiene que ser visceral y honesta.”

Esta honestidad también implica mostrar el aburrimiento, la frustración, el vacío. Ferrer no disimula los momentos en los que no pasa nada, en los que el tiempo se alarga y la sala parece repetir lo mismo. “Me paso horas solo. Y eso también forma parte del proceso. No siempre hay estímulo, no siempre hay belleza. Pero incluso en la nada hay algo que explorar.”

Arte sin etiquetas

“Yo nunca me he querido definir como artista”, dice Ferrer al final de la conversación. “Eso lo dirá el tiempo. O la gente. O no lo dirá nadie.” Lo dice sin arrogancia, como quien ha aprendido que el movimiento verdadero, el arte honesto, no necesita etiquetas. En su mundo, la danza es una herramienta de conocimiento, de resistencia y de ternura. Y MóVéRé —con sus tres acentos, su ambigüedad sonora, su apertura radical— es un mapa posible para pensar con el cuerpo.

Hasta el 26 de abril, El Almacén será ese territorio donde el movimiento no se explica, se dialoga.

El Almacén inaugura este viernes MóVeRé, instalación audiovisual del bailarín Javier Ferrer

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