La cultura es una de las mayores fuentes de prosperidad para España
Por Eduardo Fariña, galerista y coleccionista de arte
En medio de la pandemia, la cultura es de nuevo el sector más olvidado por los poderes públicos, y más ausente en los debates sobre el porvenir que nos espera. En España es imposible que izquierdas y derechas, unitarios y separatistas lleguen a acuerdos razonables en casi nada, pero en algo sí parecen estar todos de acuerdo: la cultura, aparte de vagas declaraciones generales, no les importa nada, a no ser como vehículo de adoctrinamiento identitario o ideológico y de reparto de favores clientelares.
Nunca como en este confinamiento se ha visto con tanta claridad el valor de la cultura para la supervivencia cotidiana, para el entretenimiento, para el conocimiento de las complejidades de la realidad y la búsqueda de soluciones científicas y de sustento intelectual en una situación excepcional. Las artes de la imaginación, la música, la literatura, las películas, las largas series de ficción que continúan por otros medios la tradición de la novela clásica, nos fortalecen en la adversidad, hacen la soledad más llevadera y ayudan a superar el aislamiento forzoso estableciendo lazos de afinidad con los desconocidos, con los ausentes, con los que vivieron en otras épocas experiencias tanto o más angustiosas que las nuestras. Las ciencias, una parte tan integral de la cultura como las letras y las artes, muestran ahora más que nunca su eficacia para luchar contra la epidemia y también para comprender lo que sucede, para distinguir los hechos fehacientes de los bulos y las noticias falsas, cuya toxicidad se nos revela ahora en toda su dimensión destructiva. Sin cultura, sin conocimiento, sin el rigor intelectual y la educación de la sensibilidad que se acentúan con el disfrute de las mejores creaciones de las artes, el espíritu crítico y la libertad de criterio que definen la ciudadanía no pueden ejercerse en su plenitud.
Además, la cultura es un sector económico tan crucial en la UE como otras industrias mucho más celebradas a las que los poderes públicos dan ayudas masivas. El sector de la cultura crea más puestos de trabajo en Europa que el del automóvil. Que la cultura tenga en España tan escaso reconocimiento público es todavía más hiriente porque nuestro patrimonio cultural es uno de los más ricos del mundo, y nuestro idioma uno de los más universales. La covid-19 ha vuelto más visible la extrema fragilidad de un modelo de desarrollo basado en los trabajos de escasa cualificación, en la precariedad. La cultura, el cine, la música, las artes plásticas, el patrimonio histórico, la investigación científica, crean riqueza sostenible y empleo cualificado y digno, y los crearían en mucho mayor número si políticas serias y eficaces permitieran reducir el grado de incertidumbre y de precariedad que desde la crisis de 2008 se ha cebado en estos sectores. En España las políticas culturales han oscilado con frecuencia entre el suntuoso despilfarro y la mezquindad en lo esencial. Lo que hace falta es inversión productiva, reglada y transparente, seguridad jurídica, apoyo urgente al músculo industrial y comercial de los productos y los acontecimientos culturales, que eran ya muy frágiles antes de esta nueva crisis. Inseparable de la educación, la cultura es a la vez el alimento y el fruto de la libertad de espíritu y una de las fuentes más sólidas y más prometedoras de prosperidad para un país como España.