Los libros que no existen: Historia de obras perdidas, imaginadas o imposibles
Por Rafael Hernández
“Quizá el universo no sea otra cosa que la biblioteca infinita de un dios lector que perdió la vista.” Jorge Luis Borges.
Hay libros que pueden sostenerse en la mano y otros que solo se sostienen en la imaginación. Hay títulos que jamás fueron escritos, que se perdieron entre guerras, incendios o indiferencias, y que sin embargo siguen respirando entre nosotros. Son los libros que no existen: los ausentes, los míticos, los inventados por otros libros. Obras tan poderosas que ni siquiera necesitaron escribirse para volverse inolvidables.
El silencio de los textos perdidos
La historia de la humanidad es también la historia de sus ausencias. La segunda parte de la Poética de Aristóteles, dedicada a la comedia, ha sido objeto de rumores, teorías y falsos hallazgos durante siglos. Sabemos que existió porque el propio filósofo la menciona, pero se desvaneció en algún momento de la Antigüedad, y con ella, quizá, una clave para entender la risa en la cultura occidental.
Lo mismo ocurrió con casi toda la obra dramática de Sófocles: de las 120 tragedias que escribió, solo nos han llegado siete completas. Las otras, se intuyen en fragmentos, en menciones secundarias, en ecos que flotan como polvo dorado en la tradición griega.
Ni hablar del incendio de la Biblioteca de Alejandría: esa herida mítica de la civilización, ese agujero negro donde se evaporaron siglos de pensamiento. ¿Qué contenía exactamente esa biblioteca? No lo sabemos. Lo que nos duele no es solo la pérdida de conocimiento, sino la conciencia de que jamás lo sabremos.
Metabibliotecas: libros dentro de libros
En la ficción, los libros inventados tienen un magnetismo especial. Su misma inexistencia los vuelve deseables, como si el hecho de que no podamos leerlos activara una forma más pura y obsesiva de lectura: la lectura imaginaria.
En El nombre de la rosa, Umberto Eco construyó un laberinto de saber en torno al propio tomo perdido de Aristóteles sobre la comedia, envenenado para evitar que el pensamiento ría. Eco sabía que los libros imaginarios son más eficaces cuando se parecen demasiado a los reales.
Jorge Luis Borges elevó esta estrategia a arte mayor. Su Necronomicón es un falso libro de demonología atribuido a un supuesto árabe loco, Abdul Alhazred. Pero su auténtica proeza fue otro: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, donde se describe una enciclopedia que crea un mundo entero —Tlön— a través de sus entradas. Borges entendía que un libro inventado no necesita páginas: basta con que el lector crea que podría tenerlas.
En Rayuela, de Cortázar, el cuaderno de Morelli actúa como libro secreto, libro guía y libro espejo: una escritura dentro de otra escritura que desarma la narración principal. Y en La historia interminable, de Michael Ende, el propio libro que leemos contiene otro libro —el de Áuryn—, capaz de alterar la realidad misma. La lectura se vuelve, otra vez, un acto mágico.
Libros imposibles
No todos los libros que no existen son perdidos o ficticios. Algunos son, sencillamente, imposibles.
En la Biblioteca de Babel, Borges imagina una estructura infinita que contiene todos los libros concebibles: cada posible combinación de letras, signos, errores y silencios. En algún rincón remoto, se encuentra la biografía exacta de tu vida, y al lado, otra con una coma mal puesta. Ese libro existe, dice Borges, pero está perdido en un océano de ruido.
Italo Calvino, en Si una noche de invierno un viajero, compone una novela hecha de principios de otras novelas: diez comienzos perfectos, sin desenlace. El libro juega con la ansiedad de leer y no llegar nunca al final, con el deseo de un relato que no se deja atrapar.
En La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski, encontramos una novela en forma de archivo, de comentario sobre otro texto (una película que quizá no existe), que a su vez es glosado por otro narrador. Un palimpsesto vertiginoso que convierte al lector en detective de un libro que se reescribe mientras se lee.
El deseo de lo ilegible
¿Qué nos atrae de estos libros fantasma? Tal vez el deseo de lo inalcanzable, la nostalgia de un conocimiento absoluto, o la conciencia de que todo lo que se ha perdido —o que nunca se escribió— nos define tanto como lo que conservamos.
Los libros que no existen nos recuerdan que también hay literatura en lo ausente, en lo que no se puede tocar, ni citar, ni subrayar. Son una forma de literatura pura, que solo vive en la imaginación, en la especulación, en el juego de espejos que es todo buen relato.
Y acaso, en un rincón de alguna biblioteca olvidada, alguien esté ahora mismo soñando con escribir uno de esos libros. Uno que, por su naturaleza misma, no necesita ser escrito.