Marianna Lopes: “Los sonidos hacen jugar a nuestra imaginación porque exigen el trabajo del que escucha”

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Foto: Dácil Placeres

Tras estudiar Antropología en Brasil, viaja a Madrid para desarrollar su Máster. Posteriormente realiza un doctorado en Bellas Artes y vuelve a Madrid para participar en las residencia ofrecidas por MediaLab-Prado en la capital de España. En ellas se busca la experiencia conjunta entre científicos y artistas. Marianna Lopes acabó sintiéndose “más a gusto trabajando de forma más intuitiva”, momento que aprovechó para redactar proyectos artísticos como ‘La Cabina Shangri-la’ cuando aún no conocía siquiera la existencia de La Cabina del MIAC.

¿Qué va a encontrar el visitante del MIAC en ‘Shangri-la’?
Es un proyecto interactivo a partir de relatos orales. Me gustaba la idea de jugar con un objeto cotidiano (un teléfono móvil) es un espacio como un museo, un lugar al que no vamos todos los días. A partir de ese objeto, el proyecto pretende rescatar historias personales y propagar el relato oral. Las preguntas tienen que ver con la memoria, con los recuerdos, melodías que remitan al momento feliz. Me interesa la experiencia de las personas.

¿Cómo surge la idea de llevar al museo un proyecto para que sea el espectador partícipe de grabar sus propios recuerdos?
A partir de mi experiencia como público, y también por interés personal como antropóloga porque me interesa interpretar la estética de las experiencias de las personas, fui viendo que hay mucha información conservada sobre la imagen y sobre la escritura. Yo sentí que hacía falta interpretar las experiencias a partir de otros sentidos, en este caso la oralidad y la escucha. Me atraían mucho el sonido, los ruidos del mundo y las personas. Escucho muchos podcasts y me he dado cuenta de que son muy literarios: escuchas e imaginas. Con solo sonidos, escuchas, pero no ves, juegas con la imaginación porque exige el trabajo del que escucha. Quise hacer un proyecto oral a partir de como las personas se comportan y cuentan sus propias historias.

Parece coexistir de manera amplia la idea de que al museo hay que repensarlo para que deje de ser solo un lugar donde se expongan obras plásticas. ¿Dónde te sitúas tú dentro de esta idea?
Veo que los museos iban dirigidos a un público muy concreto, eran más bien contemplativos. Ahora hay un interés generalizado por parte de los artistas de ver de forma más directa cómo reacciona el público. Para ver esta reacción, se construye y se crea pensando en las personas que están fuera del museo. A mí me interesan las personas, cómo hablan, cómo gesticulan, es una inquietud personal. La interacción es una tendencia gracias a la tecnología, creo que era inevitable que llegara al museo.

Puede que un futuro haya que modificar el término “espectador” pues el visitante ya no permanece expectante a la obra sino que ha de ser partícipe.
Claro, porque se crea la obra para que el espectador interactúe. En mi caso doy unas pautas para que trabaje con la obra, pero hay gente que no contesta lo que la obra pregunta; otras que contestan más o menos, o cosas completamente diferentes… El público va re-creando y eso hace que la obra esté viva.

¿Cómo estás recibiendo la aceptación el público?
Muy positiva. Veo que la gente interactúa muchísimo, con muchas bromas, historias inesperadas, relatos muy emocionantes y emotivos. Además de propagar el relato, me interesaba saber hasta que punto la gente tiene interés en escuchar el relato de las demás personas. Es algo que me produce mucha curiosidad.

Ahora, ¿tus futuros proyectos seguirán siendo artísticos o relacionados con la antropología?
Todo lo que tengo en mente está relacionado más con el arte. Un de los proyectos también está centrado en los audios, pero en este caso de mi acervo personal. Trabaja a partir de lo que llamo “material de intimidad genuina”. Los intercambios de whatsapp son pura intimidad porque el interlocutor escucha los ruidos del otro lado.

¿Por qué ‘Shangri-lá’?
Ese nombre lo escuché por primera vez hace muchos años en una canción de Marisa Monte donde mencionaba ese lugar paradisíaco donde todos eran felices. De mayor, fui a buscar la palabra y vi que procedía de una novela de James Hilton que se desarrolla en Shangri-lá, lugar en el que la gente vivía más de 100 años, nadie enfermaba… Un lugar utópico. Justo cuando estaba escribiendo este proyecto, no había decidido aún el nombre, y me vino este título porque me interesaba este lugar de felicidad para ahondar en el conocimiento de las personas.

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